4.1 Crecimiento de San José
Se podrían distinguir, haciendo un símil de criterios estadísticos, dos clases de crecimiento: el crecimiento vegetativo y el crecimiento exponencial. El primero se rige por patrones sujetos a ritmos lentos, algo que podríamos comparar con la suma de los elementos de un conjunto, en tanto que el segundo es el resultado de la multiplicación de esos mismos elementos. Lógicamente, el resultado final del segundo es mayor.
Algo de eso podría servir para analizar el crecimiento de San José. En ese crecimiento es básico analizar los factores que dan origen a la multiplicación rápida de la población, de las viviendas y, en consecuencia, de los servicios. San José pudo pasar en pocos años de un puñado de habitantes a tener tres millares de personas residiendo en su núcleo.
Existe un condicionante que marcará la estructura primaria de San José: el curso del Arroyo Almonázar, con sus periódicas inundaciones, que divide el núcleo en dos zonas, comunicadas con cierta facilidad entre sí, salvando los límites técnicos de la época: la zona que se encuentra entre el arroyo y las vías del tren y la situada al margen derecho del arroyo que, a su vez se subdivide, en otras dos zonas: Carretera Bética, Villalata, Portugalete y, algo más alejada, Las Golondrinas. Un subnucléo de esta zona estaría integrado por las Casas Baratas, incluyendo la Iglesia de San José (1946), las calles Virgen del Pilar y Pablo Iglesias. Y la zona más distante del arroyo, pero también más baja: Trianilla, que sufría el embate directo y más duro de las riadas, Cuatro Vientos y Los Molinas.
De las tres casas que constituyeron el germen a principios del siglo XX en las cercanías de la estación del tren, se pasaron a cientos de viviendas, formándose las primeras calles que serían denominadas, ya en nuestra época, como San José y calle Los Carteros. Más tarde, por efectos del crecimiento exponencial referido con anterioridad, esos dos primeros núcleos serían completados con las vías aledañas (Lope de Vega, Emilio Castelar, Calle Écija…).
Si se hace un poco de memoria visual, ese crecimiento primario se desarrolla en torno a la Azucarera del Guadalquivir, la Azucarera como es conocida por los residentes en San José.
Más tarde, sobre los años 50, se construirían por la propia empresa azucarera, una serie de pisos, y viviendas unifamiliares, para albergar al personal que trabajaba con carácter fijo en ella. Los pisos situados al final de la calle de Los Carteros tuvieron pronto un acompañante que también determina y condiciona la vida de la zona: el Convento de las Hermanas de las Doctrina Cristiana frente al que, ya en los años 70, un grupo de azucareros formaron una cooperativa para construir, con carácter de propiedad, sus propias viviendas. Ni que decir que el espacio resultante entre los Carteros y la calle Écija se rellenó de viviendas, antes de lo esperado, dando como resultado una estructura similar a una barriada dentro de San José.
Algo parecido ocurrió con la calle San José, también conocida por “El Barrio”. Hay que tener en cuenta que la primitiva calle San José estaba delimitada por la vía del tren y el arroyo Almonázar. Las traseras de la calle principal de San José (Emilio Castelar, Jiménez Fernández, Francisco de Quevedo, San Fernando, etc.) formaron la zona complementaria de “El Barrio” o la calle San José.
Por otra parte, se podría considerar que un factor determinante en esa configuración y en los posteriores crecimientos internos de las zonas mencionadas: las inundaciones sufridas por San José. Así el principal crecimiento urbano se da en la zona de la Carretera Bética que está a salvo de las avalanchas o riadas que inundan las calles. El crecimiento del margen derecho de la Carretera Bética (calles Madrid, Córdoba, Albacete, Cáceres…) es innegable, al igual que el originado en el margen derecho de la calle de Los Carteros (Calle San Pedro y las transversales a Los Carteros, si bien con el tiempo, habría un “territorio autónomo” constituido por los Pisos de la Azucarera y, casi como una “república independiente”, las casas de la Azucarera). Mención aparte merece la zona de las Casas Baratas edificadas por el IRIDA sobre los años 40 para los “colonos” que habían previsto. La realidad es que esas casas baratas, con una estructura de viviendas para labriegos, se entregaron a personas que, en una gran proporción, no tenían nada que ver con el campo. La entrega de las mejores “casas baratas” se realizó con criterios muy distintos a la profesión o apego a la tierra de sus beneficiarios.
Es por ello que la estructura de San José, la zona antigua, poco a poco pasó de ser barriadas entre las que había alguna distancia, a conseguir un solo núcleo, como se contempla actualmente.
Una consideración previa a la exposición de los que sigue: la Azucarera llegó a dar empleo a más de 800 personas, casi todos hombres adultos, en sus tres meses de campaña, en ocasiones prolongada en casi medio mes más. Si barajamos una población estable de San José en torno a los 3.000 habitantes, lógicamente completada por la afluencia de forasteros para cubrir el resto de puestos azucareros. Si hacemos cálculos y restamos los que trabajaban directamente en el campo, en el incipiente sector servicios, o en la estación del tren, nos quedan aproximadamente unos 600 hombres disponibles para cubrir los puestos ofertados por la Azucarera. Por ello, muchos de estos forasteros, granadinos, extremeños, portugueses, etc. que en principio venían sólo para hacer la campaña, con el paso de los años, se establecieron en San José aumentando el número de residentes. Con ello hubo un sector pujante: la construcción, con lo que esa rama de la producción acarrea de puestos indirectos de trabajo.
El “factor llamada” pues, tenía una gran repercusión en pueblos vecinos y en provincias cercanas, y no tan cercanas, que hizo que San José creciera, como ya hemos mencionado, exponencialmente.
Tal vez merecerían un tratamiento diferenciado “barriadas” como Villalata, Las Golondrinas, Portugalete, Cuatrovientos y Trianilla. Estos núcleos nacieron a raíz de la necesidad de viviendas de los recién llegados, en los años cuarenta y cincuenta sobre todo, y del bajo precio del suelo en esos terrenos situados, en aquellas décadas, en las afueras del núcleo fundacional, en torno a las calles San José y Los carteros, de San José.
El poco poder adquisitivo de los recién llegados, la poca estabilidad en el empleo, ya que debían compaginar sus trabajos en las campañas de la azucarera con el resto del año en el campo, la construcción o “lo que saliera”, hizo que esas viviendas fueran, en la práctica, autoconstruidas o al menos con una gran parte de la mano de obra para su construcción por parte de los propietarios y de sus hijos.
Estas consideraciones deben ser tenidas en cuenta cuando se vea la estructura socio-política de la población de San José. No es igual una población con empleo estable, con cierta seguridad económica, que una que depende de condiciones externas incontrolables. Y por supuesto no es lo mismo un núcleo con una minoría de propietarios agrícolas, por otra parte recién asentados, que un pueblo donde predominan los agricultores, incluyendo grandes y medianos propietarios, con unos hábitos arraigados y, en muchos casos, comportamientos caciquiles.
Pronto se pone de manifiesto la pujanza del nuevo núcleo, surgido en torno a la Azucarera. Así, los bares, comercios y establecimientos de todo tipo (ultramarinos, tejidos, ferreterías, fondas, farmacias, cines, billares, etc.) hacen pronto su aparición para atender la demanda cada vez más creciente, de un núcleo que crece de modo exponencial. Baste decir que en menos de dos décadas, las comprendidas entre los 50 y los 60, la población de San José pasa de unos 500 habitantes a más de 3.500. Buena prueba de ello es la aparición de dos fábricas de hielo, una junto al Arroyo Almomázar, a las traseras de la Calle Lope de Vega, y otra en la Carretera Betica, a la altura de Cuatro Vientos.
Pero la pujanza el empuje del nuevo núcleo, el de San José, no circunscribe su crecimiento al entorno más cercano de la Azucarera, sino que debido a la demanda de viviendas por parte de los nuevos azucareros, hijos de los iniciadores pioneros de la Azucarera, y el personal llegado a San José atendiendo al reclamo de las campañas de la Azucarera remolacheras, comienzan a adquirir solares, que poco a poco se van convirtiendo en casas, en las zonas traseras de las casas baratas y en los descampados que había en la Carretera Bética. Así, nace la zona conocida como Portugalete (calles Santiago y Tirso de Molina), la prolongación de la calle Andalucía y sus perpendiculares, se cubre de viviendas la conocida como Trianilla…
Luego, Aalgunos años después, tal vez como consecuencia de la mentalidad más urbanita de San José, el núcleo se desarrolló hasta límites que nadie podía prever, ni por la más pitonisa, treinta años atrás. Este segundo crecimiento, como podríamos llamarlo, ya no se puede achacar, al menos directamente, a la influencia de la Azucarera del Guadalquivir, sino a la cercanía de la capital y a la creciente demanda de empleo de Sevilla, que, al igual que otros núcleos cercanos, hizo que muchos ciudadanos que tenían su trabajo en la capital, fijaran su residencia en San José, tal vez por las buenas comunicaciones entre las que se incluía una oferta, cada vez más amplia, de transporte ferroviario.
Volviendo a las décadas de los cincuenta y sesenta, y ante el aumento poblacional de San José, sobre todo de la población en edad escolar, fue necesario construir dos grupos escolares (Los Molinas y Antonio Rodríguez) que pronto estuvieron saturados. Esto nos puede dar idea del tipo de población que conformaba San José: una población joven, que en algún momento se habló de una media de edad en torno a los cuarenta años (NOTA: la edad media en 2022 era de 40,4 años). El dinamismo de la gente joven, unido a la proximidad de la capital y a una clase social industrial, desembocó en una dinámica nueva que no era conocida en los pueblos cercanos conformados por una población sobre todo rural.
No mencionaremos, por ser tal vez consecuencia de otros factores, el crecimiento al que de paso hemos citado dos párrafos atrás plasmados en las conocidas como Casas de Emilio Jiménez, Los Pisos de la Paz, la Barriada de Almonázar, el desarrollo urbanístico consecuencia de la permuta del Cáñamo, que dio lugar a unos tipos de “barriadas”, parques y polígonos industriales desconocidos por estos lares y muy semejantes a los que se iban conociendo por las mismas fechas fuera de las fronteras andaluzas.
Si hemos de mencionar los factores determinantes de este súper desarrollo de San José, tenemos la certeza de que el tren, la mentalidad de progreso de los habitantes y propietarios rurales, la vocación capitalina que San José mostró desde un principio en dirección a la capital y las buenas comunicaciones, unido a la aparición de la nueva clase social de trabajadores industriales, han sido la base del San José actual.
No podemos dejar en el tintero, por aquello de comprender mejor los movimientos sociales y políticos, que, en torno a los años cuarenta, una porción importante de la nueva población que formó el crisol en que se transformó San José, provenía de represaliados por el régimen franquistas. Estos se instalaron sobre todo en Villalata, en Trianilla y en Portugalete, sin olvidar alguna presencia destacada, de forma algo más minoritaria, en la calle se los Carteros, San Pedro, Écija…
Tampoco podemos olvidar dos hechos diferenciales que hicieron que San José se asentara con personalidad propia y adquiriera una dimensión comarcal destacada. El primero de ellos fue la creación del primer Instituto de Enseñanza Secundaria Miguel de Mañara y el segundo la creación de un lugar fijo para la celebración de la Jira, lo que dio lugar a la aparición de la Feria, que llegó a superar ferias casi centenarias en la comarca, que ha dejado su herencia, asentando el acontecimiento anual, en el lugar hoy conocido como El Abrazo.
Vayamos, aunque de forma breve, por partes. El nacimiento del I.E.S. Miguel de Mañara ocasionó un hito cultural en toda la comarca que trajo como consecuencia que cientos de jóvenes de los pueblos limítrofes (Alcalá de Río, Brenes, Cantillana y Los Rosales sobre todo) tuvieran la oportunidad de ampliar sus estudios y conseguir el ansiado título de Bachiller que tanto prestigio tenía por la década de los sesenta y setenta. Y además, como plusvalía añadida el aumento de estudiantes universitarios para nuestra comarca. Antes de la apertura del IES Miguel de Mañara, los estudios universitarios estaban reservados a determinadas clases sociales y, evidentemente, los hijos de los trabajadores lo tenían ciertamente difícil, por no decir imposible, conseguir una licenciatura universitaria.
Sobre La Jira, dejaremos como tarea pendiente su nacimiento sobre el año 1927, algo que se debe anotar en el haber de algunos agricultores locales, y su posterior desarrollo hasta que se convierte en Feria. Pero a la Feria de San José, mejor sería dedicar tal vez un capítulo aparte en una posterior posible ampliación de una historia de nuestro pueblo.
La dinámica de crecimiento y modernización del núcleo de San José y, consecuentemente, su expansión, consolidó una estructura que, cada vez más, ha logrado un reconocimiento y un prestigio que hoy por hoy tiene repercusiones muy notables, incluso a nivel internacional, para nuestro pueblo. Los servicios sociales, las prestaciones, la mentalidad creativa, la formación profesional de sus habitantes, el desarrollo de actividades culturales, la creación de empleos industriales, línea de desarrollo del sector servicios, el comercio, etc., ha sido tomado como ejemplo por muchas localidades, algo que a todos los rinconeros nos satisface plenamente.
Y no podemos olvidar la modernización de la Azucarera, por lo que , como ya ha quedado demostrado en las líneas anteriores ha significado esta industria en el nacimiento y desarrollo de San José. Las innovaciones tecnológicas que se acometieron en la Azucarera del Guadalquivir hasta conseguir situarla entre las más productivas de España, repercutieron en la calidad del empleo para los operarios y especialistas que conseguían, con su esfuerzo, su formación y su inteligencia, que su trabajo de diez meses de reparaciones, montajes y demás operaciones innovadoras, tuviera su repercusión, concreción y visualización durante el breve periodo de campaña azucarera, últimamente algo más de dos meses. Nunca, y es una deuda que tenemos con nuestros azucareros, se ha reconocido la labor que han hecho y lo que ha repercutido en que el nombre de la Azucarera de San José haya recorrido toda la geografía hispana. Y tampoco las consecuencias positivas que ha tenido para nosotros el nacimiento, el desarrollo y la consolidación de esa clase social industrial conocidos como todos nosotros como “azucareros”. Ellos han sido, en gran parte, el germen que ha dado lugar al progreso político, social y económico de nuestro municipio. Tal vez debería plantearse por quien corresponda, el merecido homenaje que merecen estos pioneros de la industria en nuestra localidad.
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